Cuando le propuse matrimonio a un hombre sin hogar, no esperaba enamorarme. Soy Miley, tengo 34 años, y cansada de la presión constante de mis padres por casarme, me dieron un ultimátum: si no me casaba antes de cumplir 35, perdería mi herencia. En un arranque impulsivo, le propuse matrimonio a Stan, un desconocido sin hogar que vi en la calle. Le ofrecí techo, comida y algo de dinero a cambio de fingir ser mi esposo. Para mi sorpresa, aceptó. Lo presenté a mis padres como mi prometido secreto. Jugó su papel tan bien que terminamos casándonos semanas después, con contrato prenupcial incluido. Vivir con Stan fue mejor de lo esperado. Era amable, divertido y se convirtió en un gran compañero. Pero había algo misterioso en él: evitaba hablar de su pasado. Un mes después, llegué a casa y encontré la sala llena de rosas. Stan, vestido con esmoquin y sosteniendo un anillo, me pidió casarnos “de verdad”. Confundida, le pregunté de dónde había sacado todo eso. Entonces me confesó la verdad: Stan había sido dueño de una empresa, pero sus hermanos lo traicionaron y lo dejaron en la calle. Con la ayuda de abogados, estaba recuperando todo. “Me enamoré de ti porque me trataste con dignidad cuando pensaste que no tenía nada,” me dijo.
Le confesé que también sentía algo por él, pero necesitaba tiempo para procesarlo. Le prometí estar a su lado mientras enfrentaba a sus hermanos.