Aunque un policía detuvo el tráfico por ella, no comencé a llorar por esa razón

Cuando vi a la mujer que mi hermano atropelló hace doce años, no esperaba que su perdón aún viviera en ella. Ese día iba con retraso a recoger a mi sobrina cuando el semáforo se puso en rojo por tercera vez. Vi que el tráfico estaba detenido por una anciana cruzando con ayuda de un policía. Al verla de cerca, mi corazón se detuvo. Era Maribel. La mujer que mi hermano Mateo atropelló cuando él tenía 19 años. Ella lo perdonó en el tribunal, evitando que fuera a prisión. Después del accidente, ella desapareció de nuestras vidas… hasta ahora. La llamé por su nombre, y ella me reconoció. Caminamos juntas hasta la farmacia, y hablamos del pasado. Me dijo que, aunque nunca tuvo hijos, mi hermano y yo nos habíamos quedado con ella en el corazón. Me confesó que la carta que Mateo le escribió desde el hospital fue su compañía durante semanas. “Me recordó que importaba,” dijo. Lloré. No de tristeza, sino de gratitud. Ella transformó su dolor en compasión. “Dile que todavía estoy orgullosa de él,” me pidió. Esa noche, llamé a Mateo. Al escuchar todo, lloró. No por culpa, sino por alivio. Porque alguien lo había perdonado… y todavía lo recordaba con amor. Ese día entendí que el perdón puede ser un puente. Uno que algunos cruzan no para castigarte, sino para ayudarte a sanar.