La mujer decidió pedir el divorcio después de que su marido, influenciado por su madre, cuestionara la paternidad de su hijo al sugerir que el niño no se parecía a él. La situación empeoró cuando, en lugar de defenderla, su marido optó por hacer una prueba de ADN para apaciguar a su madre, lo que la hizo sentir profundamente herida y desamparada. Aunque los resultados confirmaron que él era el padre, lo que realmente la afectó fue la falta de apoyo emocional de su marido en ese momento tan doloroso. Para la mujer, la indiferencia de su esposo y la intromisión constante de su suegra en su vida familiar crearon un ambiente tóxico que no estaba dispuesta a tolerar. Decidió que no podía seguir en un matrimonio sin confianza y con una falta de respeto tan evidente. Su principal prioridad fue proteger a su hijo, asegurándose de que no creciera en un entorno marcado por las disputas y la manipulación emocional. Aunque estaba abierta a la idea de terapia de pareja, su decisión de divorciarse era firme, ya que consideraba que la confianza y el respeto mutuo eran fundamentales para cualquier relación. En resumen, la mujer priorizó su bienestar y el de su hijo, eligiendo la independencia emocional y la estabilidad en lugar de seguir soportando una situación que le causaba angustia y frustración. A pesar de que los resultados de la prueba de paternidad podrían haber calmado la situación, para ella el daño emocional ya estaba hecho.