Un joven aprende una dura lección sobre el respeto a su madre. Dean, un estudiante universitario, rara vez llamaba a su madre discapacitada, Emily, tras mudarse. Queriendo reconectar, ella lo invitó a cenar e incluso lo sobornó con el costoso reloj de su difunto padre solo para que fuera. En el restaurante, Emily intentó conversar con él, pero Dean se quedó pegado al teléfono, quejándose únicamente de que su mesa estaba demasiado cerca del baño debido a su silla de ruedas. Intentando mantener el ambiente relajado, Emily le preguntó por sus clases, pero Dean le dio respuestas despectivas. Cuando ella tiró accidentalmente su vaso de agua y este se hizo añicos, él estalló en ira, gritándole y acusándola de arruinar la velada. Todo el restaurante quedó en silencio y Emily rompió a llorar, humillada y desconsolada. Mientras se preparaban para irse, el dueño del restaurante, el Sr. Harris, intervino. Había escuchado las duras palabras de Dean y no pudo permanecer callado. Le dijo con firmeza a Dean que se sentara y luego le transmitió un mensaje conmovedor: su propia madre también había sido discapacitada y lo había criado con amor y sacrificio. Ahora, dueño de un restaurante exitoso, lamentaba profundamente que su madre no estuviera viva para presenciar su éxito. Le recordó a Dean que tener una madre es un privilegio y que ningún éxito importa si no se honra a quienes te criaron. Dean, avergonzado y conmovido, rompió a llorar y se disculpó con su madre. Se abrazaron y, por primera vez esa noche, guardó el teléfono y comenzó a hablarle con sinceridad. A partir de ese día, Dean cambió. Nunca más volvió a dar por sentado a su madre, todo gracias a una desconocida que le recordó lo que realmente importa