14 años de matrimonio. Dos hijos. Una vida que pensé que era perfecta, hasta que Stan entró una noche con una mujer, Miranda, y soltó la bomba: “Quiero el divorcio”. Al día siguiente, empaqué a los niños y me fui. Nos mudamos a una casa más pequeña y Stan desapareció de nuestras vidas. Durante años, nos envió dinero, luego dejó de hacerlo. Los niños no lo habían visto en más de dos años. Entonces, un día, los vi en un estacionamiento. Stan se veía destrozado y Miranda, una vez glamorosa, ahora parecía desaliñada. Estaban discutiendo sobre sus expectativas destrozadas. Pasé junto a ellos, sintiéndome más liviana que en años. Cuando Stan me vio, admitió a regañadientes: “Te ves bien”. “Lo sé”, respondí sonriendo. Mientras me alejaba, me di cuenta: había ganado. No por despecho, sino porque había reconstruido mi vida, había encontrado la felicidad y les había demostrado a mis hijos que no necesitaban a alguien que nos descartara. Stan obtuvo exactamente lo que se merecía. La vida se equilibra. Si estás luchando, sigue adelante: algo mejor está por venir.