El camino de Henry Winkler hacia el éxito estuvo marcado por sus problemas con la dislexia y las duras críticas de sus padres, que lo consideraban un holgazán. A pesar de los desafíos académicos, obtuvo un máster en Bellas Artes en Yale y se dedicó a la actuación, aunque leer guiones seguía siendo difícil. En Happy Days, dependía de la improvisación para compensarlo. A los 31 años, el diagnóstico de su hijastro le hizo darse cuenta de que también tenía dislexia, un punto de inflexión que lo inspiró a ayudar a los demás. Más tarde, escribió una serie de libros infantiles con un personaje disléxico, lo que demuestra que los desafíos de aprendizaje no definen el potencial de una persona.