En una Nochebuena nevada, vi a un anciano caminando penosamente por la carretera helada, agarrado a una maleta maltrecha. En contra de mi buen juicio, me detuve, y aquel simple acto de bondad condujo a una verdad que cambió mi vida y a un vínculo inesperado que transformaría a mi familia para siempre. Era Nochebuena y la carretera se extendía ante mí, fría y silenciosa bajo el peso de la nieve. Los árboles de ambos lados se alzaban oscuros, con las ramas cargadas de escarcha.El hombre se detuvo y se volvió hacia mí. Tenía la cara pálida, los ojos hundidos pero amables. Se acercó arrastrando los pies al automóvil. “Señora”, carraspeó, su voz apenas audible por encima del viento. “Intento llegar a Milltown. Mi familia… me está esperando”. “¿Milltown?” pregunté, frunciendo el ceño. “Eso está al menos a un día de camino de aquí”. Asintió lentamente. “Ya lo sé. Pero tengo que ir allí. Es Navidad”. Efectivamente, el cuadro cambió nuestras vidas. Lo vendimos, y los beneficios aseguraron la estabilidad económica de mis hijos y nos permitieron ampliar nuestra casa. Pero más que eso, la presencia de Frank enriqueció nuestras vidas de un modo que el dinero jamás podría.