Visité la casa vacía de mis padres en Nochebuena y la vi bellamente decorada. Cuando pienso en ellos, el recuerdo que más me duele es aquella noche en la que me pidieron que me fuera de casa. A los dieciocho años, era una adolescente testaruda, convencida de que el amor lo superaba todo. Estaba embarazada y, en lugar de apoyarnos, terminamos peleándonos. Las palabras de mi padre aún resuenan: “Danielle, si te vas con ese chico, ¡ni se te ocurra pensar en volver! Ya eres una adulta, arréglate tú sola”. Mi madre, en silencio, me miraba sin intervenir. A sus ojos, mi embarazo era una desgracia, pero eso no aliviaba el dolor. Esa noche, me fui con una pequeña bolsa, mientras las lágrimas corrían por mi rostro.